Con la autonomía reclamada por el arte en la modernidad, se produjo la separación irreversible entre arte y religión (hablando del mundo occidental más precisamente). Durante siglos el arte fue considerado como una herramienta para la catequización y la educación moral del pueblo, razón por la cuál los lugares sagrados se han visto siempre acompañados de imágenes cautivadoras y explícitas sobre doctrinas, castigos, santos, sucesos y todo el grupo de elementos referentes a la relación entre las divinidades y la humanidad. Después de la gran revolución social y cultural de la modernidad, diferentes prácticas artísticas han ido añadiendo piedras al gran muro que separa ambos mundos. El carácter abiertamente mundano que se le atribuye al arte, ha acentuado la posición reservada de la iglesia frente a las manifestaciones artísticas contemporáneas.