Entrar en un espacio constituye una experiencia personal y única para quien la experimenta. Aun cuando las herramientas de registro y simulación abundan, el espacio físico conserva características que escapan a cualquier tipo de representación; la temperatura de la luz, el roce de un aire ligero sobre el cuerpo, o la sensación de amplitud o estrechez de un lugar hacen parte de una percepción corporal inconsciente pero constante. A partir de una práctica que conjuga la pintura y la escultura, Beatriz Olano (Medellín, 1965) plantea constantemente una pregunta por el espacio, en particular por hechos arquitectónicos mínimos, ignorados por la mayoría de personas. En sus obras no priman las referencias externas o las preocupaciones temáticas; al contrario, encontramos elaboraciones sensibles e intuitivas del lugar en el que se emplazan.