El historiador de las religiones Mircea Eliade decía que nada habría podido convencer a Brancusi de que una piedra tan sólo era un fragmento de materia inerte. A pesar de la secularización de la sociedad y la inminente hegemonía científica en el mundo occidental Eliade advertía que el ser humano era incapaz de trascender su comportamiento religioso y que la mejor evidencia de esto podía apreciarse en el trabajo de los artistas modernos.
Estos, a su manera de ver, con la destrucción de las formas tradicionales y la fascinación por los estados primigenios de la materia, parecían resistirse a la objetivación del mundo natural y recrear el culto cósmico de las culturas ancestrales.
El trabajo de Aldo Chaparro (Lima, 1965) consiste en intervenir materias primas con técnicas elementales; una experimentación plástica que desde la perspectiva actual tiende a considerarse como un ejercicio meramente formal, pero que interpretada simbólicamente manifiesta el propósito fundamental de todo impulso religioso: conferirle una forma inteligible al universo. Ya sea a partir de la talla e incineración de columnas de madera que evocan figuras totémicas, el recubrimiento de composiciones geométricas con pan de oro o el simple y contundente acto de doblar y arrugar láminas de acero hincando partes del cuerpo contra ellas, las diferentes piezas que configuran esta exposición son una expresión de nuestro perpetuo anhelo por entrar en comunión con algo más allá de nosotros.