El mundo visible está hecho de luz reflejada por las cosas que miramos. Reconocemos texturas, matices y formas gracias a la capacidad corporal de transformar la información lumínica en imágenes. Los colores con los que identificamos un objeto, digamos un tomate o una flor, son aquellos que paradójicamente este no absorbe, así, la mirada rastrea las huellas de la luz en el espacio y recibe sus rezagos al ser reflejada por los objetos. Interpretar el mundo con la mirada implica entonces traducir los recorridos de la luz por la materia en el tiempo. Sin embargo, la realidad percibida por el ojo humano cubre tan solo una porción del espectro electromagnético y por tanto constituye tan solo una forma de la percepción del mundo. A lo largo de la historia del arte la luz y el color han sido motivo de exploración plástica y científica, desde los claroscuros barrocos al uso de las barras de neón por parte de los minimalistas estadounidenses, el acceso a ciertos tonos y materiales ha ampliado y complejizado la percepción humana. Las obras presentadas aquí contienen una reflexión cromática y lumínica, tradicionalmente asociada a la pintura, pero que en este caso parte de medios tan diversos como la fotografía, la instalación, el tejido o el video.