El viaje como punto de inflexión es un topos recurrente tanto en la literatura como en las artes: establece un antes y un después, asume un aura místico donde lo que viaja no es únicamente el cuerpo, sino el espíritu. Ya los románticos en el siglo XVIII habían puesto su mirada en el Oriente, concebido como una región exótica, donde la trascendencia se hacía manifiesta en los pequeños detalles —los olores especiados, las lenguas ininteligibles, las atmósferas saturadas. Sin embargo, y muy a pesar de la inminente homogeneización cultural que vaticinan tanto los promotores como los detractores de la aldea global, esta fascinación por la otredad no se ha perdido aún. La obra pictórica de Aldo Chaparro es un testimonio de cuánto puede el viaje, aún hoy en día, ser una oportunidad de esclarecimiento.