En la propuesta concebida para El Patio, Paula de Solminihac parte de dibujos de líneas curvas, similares a las ondas del agua, para después esculpir los papeles hasta formar una suerte de raíces de cerámica negra y roja que luego entierra en el jardín de Nueveochenta. Este conjunto de materia orgánica se define también como un paisaje vivo, como una metáfora de la inevitabilidad de la naturaleza, que crece pese a la intervención humana, y como una analogía de la obra de la artista, quien se ha caracterizado por trabajar en procesos paralelos que no son lineales sino más bien curvos.