Constituir una colección es una tarea que requiere método: se establecen parámetros de selección, se lleva a cabo una búsqueda de los especímenes, una clasificación y una curaduría. Hay quienes exhiben sus colecciones en grandes vitrinas para que sean admiradas por otros y hay quienes prefieren mantenerlas bajo llave, para el deleite personal. Es difícil determinar en qué punto la colección está completa y cada nuevo ítem representa una ampliación del espectro de posibilidades.
Artistas como Andrés Sotelo nos recuerdan que la tarea del coleccionista es un único proceso abierto que solo se agota en el momento en que se agota la voluntad de seguir buscando. En su caso, la recolección, el almacenamiento y la exhibición de ejemplares son actividades que, curiosamente, no giran alrededor del objeto mismo, sino que se convierten en la manifestación de un proceso de reflexión estrechamente ligado al acto meditativo. Casi siguiendo a los peripatéticos, Sotelo pasea por las calles bogotanas a modo de meditación activa y, en el camino, va recolectando hojas caídas. Con capas y capas de pintura, que aplica minuciosamente a lo largo de jornadas enteras, encapsula el tiempo presente de cada una, sustrayéndole su pasado y su futuro. Llevar a cabo este proceso reiterativo, insistente y serial, lleva al artista a un estado de concentración parecido al que produce la recitación de un mantra.